La aplicación de toxina botulínica, comúnmente conocida como Botox, para el manejo de las arrugas faciales, se ha convertido en uno de los procedimientos estéticos más populares a nivel mundial. Según cifras proporcionadas por la ISAPS, se han administrado más de 20 millones de dosis en el último año, y esta tendencia va en aumento. Este crecimiento se debe en gran parte a su excelente perfil de seguridad y a los buenos resultados que ofrece.
Es fundamental comprender que el Botox no actúa como un relleno dérmico. Su mecanismo de acción radica en la disminución de la actividad de ciertos músculos responsables de las arrugas faciales, que se forman debido a la gesticulación repetitiva. Por ejemplo, los músculos del entrecejo (que causan el fruncimiento del ceño), los de la frente (asociados con la expresión de sorpresa) y los perioculares (responsables de las conocidas «patas de gallo»). Es importante destacar que el Botox no es efectivo para tratar pliegues nasogenianos u otros tipos de arrugas que no son causadas por la contracción muscular.
¿Cómo se lleva a cabo el procedimiento?
Básicamente, consiste en la administración de pequeñas cantidades de toxina en puntos específicos del rostro, como el entrecejo, la frente y las patas de gallo. Este procedimiento es sencillo y generalmente no requiere anestesia.
¿Qué resultados puedo esperar después de la aplicación?
Después del tratamiento, se puede observar un rostro más fresco y juvenil, con una marcada disminución de las líneas de expresión.
¿Cuánto tiempo duran los resultados?
La duración de los resultados puede variar según la persona, pero en promedio se estima que oscilan entre 4 a 6 meses.
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